Cuando Montag no es capaz de cargar con la culpa, comienza a darle vueltas al sentido del yo. Así es, la recurrente crisis de identidad. Todo empieza cuando Clarisse le pregunta si es feliz. Montag siente que "el cuerpo se le dividía […], y que las dos mitades se trituraban entre sí". Imagina que su nueva e indómita mitad no es él, sino Clarisse. Cuando habla, imagina que es ella la que se hace oír a través de su boca.
Más tarde, cuando Faber acaba entrando en la cabeza de Montag mediante el auricular, vuelven a quedar patentes los problemas de identidad. Montag llega incluso a distanciarse de sus propias manos, a las que culpa de infringir todas las leyes. Son sus manos las que actúan, no él. Claro, todo está relacionado con un acusado sentimiento de culpabilidad. Si Montag puede atribuirle sus acciones a Clarisse, a Faber o a sus despreciables manos, él no es responsable de sus crímenes. Estamos ante la clásica línea de defensa: "¡Yo no fui!".
Su otra gran preocupación es simplemente el desconocimiento. Es infeliz, pero no sabe por qué. Está confundido acerca de su relación con Mildred. ¿La ama? Lo inquieta una confusa insatisfacción de la que no es capaz de librarse porque desconoce su origen y, más aún, su solución. "Voy a hacer algo", dice a su esposa. "No sé todavía qué, pero va a ser algo grande". De modo que Montag se vuelca en los libros pensando que ellos tienen todas las respuestas. Está seguro de que estos pondrán remedio a su infelicidad.
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